Lo que hay debajo del agua (y detrás de lo que escribo)
No me considero una persona con un don especial para la escritura, pero sí soy constante.
Y esa constancia nace de algo muy sencillo: las rutinas. No solo aplicadas al trabajo, sino también al día a día.
Entre todas ellas hay una a la que ya no puedo renunciar, y sin la cual siento que una parte esencial del proceso creativo desaparecería: la natación.
Nadar me ordena, me limpia por dentro, me obliga a parar. Bajo el agua no hay pantallas, no hay ruidos, no hay exigencias externas. Solo estoy yo, el cuerpo en movimiento y una especie de silencio fértil en el que las ideas pueden respirar. A veces salgo con una solución para una escena. Otras veces, simplemente, salgo distinto, más liviano, y entonces escribir se vuelve más natural.
No escribo porque esté inspirado. Escribo porque me toca escribir. Porque me lo debo. Porque la disciplina me ha enseñado que las historias se construyen paso a paso, línea a línea, incluso en los días en que parece que nada tiene sentido.
Y nadar —como escribir— me recuerda eso: que avanzar también es cuestión de ritmo, de respiración, de repetir hasta que algo fluya.
¿Y tú? ¿Tienes una rutina sin la cual tu creatividad se quedaría coja?
Gracias por estar ahí,
Milos Bruck